22 feb 2011

La corrida.





Se cumplen 30 años de aquel 23F del que apenas recuerdo nada. Nervios en unas escaleras comunales, mucho humo de tabaco negro..Ducados, of course. Mirando por unas rendijas de yeso, mordía la piedra y degustaba el sabor a talco en mis piños de leche. En la plazuela ningún niño.

En la madrileña plaza de Carrera de los Jerónimos, una corrida de las que hacen época. El retrato de una generación, el destino de los hombres de honor en las tempestades del deshonor y del oportunismo, la querencia alocada a las alfombras oficiales de los chupópteros y correveidiles que por el extremo de la calle asoman.

Cuando el turrón de la viuda está aún de buen yantar se producen movimientos de anca en las calles aledañas, miradas torvas que se excitan en el pensamiento del exquisito cadáver ulisiano, tan alejados de lo eleusiano, más blandos que la mierda de pavo. Y la sociedad civil española, en pañales, era sumamente apetitosa, absolutamente ignorante de lo que era la libertad política. Con vivir en paz y una pseudodemocracia era bastante, que no era poco, todo sea dicho.

Pero en la Carrera de los Jerónimos había que recompensar de alguna manera la Carrera de los Políticos Profesionales, la alocada carrera partitocrática.

Es por esto que cuando Adolfo Suárez, con el valor intrínseco de un torero, con una nobleza excepcional, quiso explorar más allá de lo permitido, las presiones fueron enormes, empezando por el propio Rey y terminando por el resto de partidos, incluido el propio, que se relamían de gusto en la gran orgía del consenso, esa cosa mostrenca y antidemocrática. ¿Pero que es eso del consenso si la esencia de la política es el disenso?.

Es sobrecogedor ver el enfrentamiento de los idealismos puros en aquel 23F, el de un Tejero representando al hombre de honor a la antigua usanza, descreído absolutamente de una democracia falsa e ignorante absoluto del verdadero significado de democracia, y el de Adolfo Suárez, que sí creía en la sociedad civil española, que sí amaba a España y el potencial de cada uno de los españoles.

Dos hombres de honor asentados sobre unos valores y verdad individual, coherentes. Tejero, en unas verdades antidiluvianas, reptilianas, que se conservan en el cerebro primitivo humano; Suárez, un genio de la inteligencia emocional, un tipo encantador y valiente. Eran el toro y el torero. Tejero y Suárez.

Dos idealistas enfrentándose en una corrida nacional ajenos a la conspiración de los necios, a la gran pastelada de las bancadas, ajenos a la función de teatro que allí se estaba representando. Ellos creían ser los actores, cuando no eran más que los observadores lúcidos que se observan entre sí y que descuidan los flancos, la morterada necia.

O sea, que todos los partidos políticos llegaron a un CONSENSO para echar a Suárez del poder mediante una operación ideada por el CESID, consistente en echar a un morlaco a la plaza pública, en el ágora, para enfrentarlo con el torero Suárez, y que llegara salvador otro militar, Alfonso Armada, para salvar a España de los aventurerismos, rupturismos e idealismos, trayendo bajo el brazo un "gobierno de concentración nacional" trufado de oportunistas envueltos en pana, con socialistas y comunistas incluidos.

Pero con lo que nadie contaba es con la nobleza del propio toro, el antiguo hombre de honor español, esa nobleza admirada instintivamente por el pueblo llano. La gente ama la verdad, la autenticidad, aunque sea la más primitiva de todas. La gente quiere al toro, aunque sea un animal.

Y cuando le pusieron ese capote falso de falso torero, esa lista urdida por los diputados arrastrados y tumbados en la platea, representando una coreografia cuasigenial, el toro olisqueó el viento y no entró al trapo, embistiendo directamente al bombero torero representado por el Rey y todos los partidos políticos que querían implantar la actual partitocracia, esta dictadura de los partidos.

Pero la cornada pegada por aquel toro Tejero duele cada 23F al sistema corrupto, dejando una marca en la piel para que las generaciones futuras puedan interpretar lo acontecido aquella tarde de toros, litúrgica, en la que el torero Suárez se fue y al toro Tejero le mataron en vida, pero que consiguieron dejar en la sociedad la sensación de extrañeza y desconcierto que precede al presentimiento, al conocimiento y la iluminación.



Entrevista al abogado de Tejero.

Carta del hijo de Tejero.

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