El PSOE ha elegido el Palacio de Congresos del Campo de las Naciones de Madrid como punto por donde entrará en escena. Es irónico, ya que ellos desconocen el concepto de nación, que equiparan con una concesión o franquicia de una oligarquía mayor. El PP lo hace desde un ángulo distinto del escenario, desde Cádiz, por representar, afirman, “el moderno constitucionalismo español”, reivindicando la Constitución de 1812 como algo propio, sin pretender dar fin al actual sistema partitocrático ni al sucesor de Fernando VII. Por último, IU lo hace desde el antiguo matadero de Arganzuela, y como todo personaje secundario que quiere aprovechar sus escasos segundos escénicos, con ciertos toques de nerviosismo y sobreactuación. Queman fotografías reales de forma virtual y piden perdón, quedando patente la visita nocturna de la conciencia del traidor a sí mismo, que ve destellos de valor en otros mundos y la brutal impotencia que le trae el día.
En la tragedia griega se complementan coro y escena, participando ambos en la obra teatral. Se ha afirmando que el coro trágico era la representación del pueblo frente al espacio central ocupado por reyes y príncipes. Nietzsche negó esta explicación política y apoya la dada por A.W. Schlegel: el coro es un compendio que formaría el “espectador ideal”, ese espectador que crea la idealidad de la escena.
Hoy toda la ciudadanía es un coro trágico, espectadores ideales ya que ensalzan la escena sin involucrarse en ella, sin ser conscientes de que el poder es transmitido desde ellos sin nada a cambio. Esta noche empieza la tragedia, pero la tragedia es que no hay tragedia. El coro es un televisor dirigido hacia fuera desde la escena; está formado por una miríada de seres lejanos que reproducen torpemente los movimientos de la escena, una pléyade de marionetas que se encaminarán espasmódicamente a votar, después de ver a primera hora de la mañana como lo hacen los actores, que son coro de otra escena oculta.