12 feb 2008

Alea jacta est


Dios no juega a los dados con el Universo porque quiere que los tiremos nosotros. Dios ha estado siempre callado cada vez que se la pedido algo, dando unos segundos preciosos para que el neardenthal, el huno, el vándalo, el vikingo, el político español, quiten la bolsa y la vida al orador, al colista, al visionador de anuncios, al masturbador de sofá.

Un familiar al que no tenía en mucha estima me dijo en tiempos remotos que nadie daría por mí un duro, que nadie me ayudaría, que sólo yo. Y razón no le faltaba, aunque a mí aquellas palabras me sonaran a rencillas familiares de intrincados recovecos, que vertían un rencor arqueológico en mí, libado en simas y macerado en sifones de aparente normalidad a la hora del té y del coito vacacional.

Uno hereda las simpatías y los rencores que se arremolinan en torno a los padres. Fuera de las borbónicas familias, estas son las herencias de más rancio abolengo, las querencias y odios ancestrales de vete tú a saber qué amor podrido encima del armario. Una vez soñé con esto: ella y yo agonizábamos apolillados encima de sendos armarios donde se guardan las maletas y las revistas porno, donde se acumula el polvo blanco y lechoso.

Nos reanimaron por separado, ancestrales genius loci familiares, limpiando nuestras caras con agua oxigenada y rezando oraciones o retahílas de remiendavirgos. A ella la casarían con un señor aseado. Osea.

Ya no respeto ninguna ley, ni siquiera las del chocho viejo. Empiezo a ser viejo y la ley brota de mí, como siempre. Antes la derramaba y la vendía a precio de saldo para la reventa de ambrosia del obispo y el político. El maestro Trevijano dice que uno empieza a ser adulto cuando no duele reconocer la verdad. He visto a la verdad describir grandes meandros y la huida en desbandada del amigo aduanero, ese que será amigo mientras devuelvas una imagen favorable a algún interés coital.

Hoy quemo las naves por n-ésima vez, pero por Dios, espero que esta vez no nos equivoquemos y aquello que se ve allí sea efectivamente Troya. Quiero entrar en combate, no sabéis cuánto he esperado este momento, dioses del Olimpo, reyes de la tramoya.



El día o la noche en que por fin lleguemos
habrá que quemar las naves

pero antes habremos metido en ellas
nuestra arrogancia masoquista
nuestros escrúpulos blandengues
nuestros menosprecios por sutiles que sean
nuestra capacidad de ser menospreciados
nuestra falsa modestia y la dulce homilía
de la autoconmiseración

y no sólo eso
también habrá en las naves a quemar
hipopótamos de wall street
pingüinos de la otan
cocodrilos del vaticano
cisnes de buckingham palace
murciélagos de el pardo
y otros materiales inflamables

el día o la noche en que por fin lleguemos
habrá sin duda que quemar las naves
así nadie tendrá riesgo ni tentación de volver

es bueno que se sepa desde ahora
que no habrá posibilidad de remar nocturnamente
hasta otra orilla que no sea la nuestra
ya que será abolida para siempre
la libertad de preferir lo injusto
y en ese solo aspecto
seremos más sectarios que dios padre
no obstante como nadie podrá negar
que aquel mundo arduamente derrotado
tuvo alguna vez rasgos dignos de mención
por no decir notables
habrá de todos modos un museo de nostalgias
donde se mostrará a las nuevas generaciones
cómo eran
parís
el whisky
claudia cardinale.

(Mario Benedetti)

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