Una revolución conlleva cambios transcendentales, nuevos modos de funcionamiento. Cuando el dinamismo de la realidad no ha alcanzado el umbral de la irreversibilidad, se habla de crisis, estado del que se puede salir retornando a una situación anterior, evolucionando hacia un nuevo estado dentro de la misma lógica o alcanzando la ruptura con la anterior realidad.
Las mujeres tuvieron un destacado papel en la revolución neolítica. Los hombres iban de caza y ellas recolectaban frutos, aprendiendo sus propiedades. Hicieron que la economía pasase de ser predadora a productora. Después no han tenido un papel tan destacado en los inicios de otras revoluciones, salvo en la llamada liberación de la mujer, intento de distanciamiento de la senda marcada por el hombre revolución tras revolución.
A la revolución industrial, netamente masculina, se ha seguido el corolario de la revolución informática y las telecomunicaciones, empleada para que la economía –gobernada por lo financiero- vuelva a ser predadora. La mujer, especialmente en los países pobres, vuelve a quedarse en la trastienda de los valles de caza, ahora en los aledaños de los bancos.
Sin embargo, son mujeres las partícipes de los microcréditos que están revolucionando la lógica de los sistemas financieros de los países emergentes, como en India o Pakistán, cuna del Grameen Bank, creado por el Premio Nobel de la Paz, Mohammad Yunus. Con una tasa de devolución del 95%, frente al 70% de la banca tradicional, esta lógica bancaria consistente en préstamos de pequeñas cantidades de dinero sin necesidad de aval, a mujeres en comunidades, está sacando de la pobreza a muchas familias.
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