El otro día ví en un tugurio cinéfilo , a la pesca de subvención, La insoportable levedad del ser, película basada en la novela homónima de Milan Kundera. Me gustó bastante, bastante más que la mayoría de las películas que perpetran ahora.
Una buena película, con interpretaciones en varios planos, en donde evoluciona una morena checa que enseña el potorro de forma regular, contrapunto a la atmósfera cerrada que se abatió sobre Praga tras la entrada de los tanques soviéticos en el 68.
Cuántas primaveras no se habrán marchitado por la conspiración de una oligarquía que detenta los privilegios.
No hay nada más ilustrador que la revuelta de los prebostes de un régimen que abren ligeramente la mano al cambio, que reciben con aparente cordialidad el cambio, para ver, en su respuesta coordinada, la estructura que forman la montonera de sus cuerpos, inercia de la cobardia y del hombre-masa, del trocolo lampedusiano.
Lo peor es que si vas de uno a uno nadie te hace caso. Esperan la confirmación de Madrid o de algún centro neurálgico fuera de sus cuerpos. No hay manera de librarse de los intermediarios, que se creen con derechos de interrogarte y opinar sobre cuestiones de hombre libre.
Si tu movimiento de anca a lo largo de la rúa no va certificada por político partido o asociación milico-sindical, carece de la existencia y entidad necesaria para ser material ontológico en el universo becerril.
La peor lacra of this society es la de los intermediarios, bancarios, comerciales, políticos y mamporreros varios. Todo lo inflan, todo lo deforman.
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