Acabo de terminar de leerme el libro de César Vidal, No vine para quedarme: Memorias de un disidente. No se me ocurre empezar este reseña de mejor modo que haciendo referencia al último párrafo de la contraportada, que afirma:
Esta obra supera con mucho la crónica de memorias y, en realidad, constituye un retrato completo, sincero, emotivo y profundo de una época transcendental de la Historia de España: la que aquellos que vivieron su infancia durante una dictadura soñando con la libertad, se ilusionaron en el curso de la Transición y comprendieron, al fin y a la postre, que las cosass no eran como les habían contado.
Si, porque lo primero que llama la atención es la decepción, como eje transversal, que atraviesa esta obra. Una decepción que nace de la búsqueda activa de la verdad y la libertad, pilares fundamentales de la potencial felicidad. La búsqueda de este grial se inicia a edad muy temprana buscando a Dios, no hallándolo en la Iglesia Católica ni en los Testigos de Jehova, secta a la que perteneció durante unos años y cuyas peripecias en la misma constituyen una parte importante del libro, por lo fundamental de la experiencia y lo sobrecogedor que tienen por momentos, los enjuagues, apaños y maquinaria de la secta cuyo leitmotiv básico era asegurar una vida apoltronada a sus élites a base de vender libros basados en una interpretación ad hoc de la Biblia. El mismo nombre de la sociedad que dirige el cotarro, Watchtower, ya da indicios de lo orwelliano del asunto.
El ejercicio de la abogacía, durante una década, y en paralelo la defensa de la objeción de conciencia, se llevarán a recorrer aquellos primeros años de la democracia a la española espantado de los manejos, igualmente orwellianos, de las castas y élites que ya se formaron alrededor de los poderes autonómicos. La visión de la corrupción política y del papel nefasto que tuvo la Iglesia Católica en la historia de España y también en la mal llamada Transición, se acrecienta y agudiza por la visión protestante - evangelista si quiere más señas - del autor.
La visión de la inmensa torre, no ya Watchtower sino Torre del Homenaje medieval, erigida por los maestros canteros y obreros de la casta política, ayudados por unos medios de comunicación serviles y con los planos y esquemas de la Iglesia Católica, supone otro pilar fundamental del libro.
Esa torre sigue dirigiendo la vida política, económica y cultural de este país de siervos, que tienen inoculada la idea de que no hay salvación posible dentro de alguna de las ganaderias - churras o merinas - homologadas por los deditos orondos del obispo partitocrático. El es miedo pavoroso a la individualidad, a la singularidad, a la libertad plena, a la verdad que supondría el derrumbe total de esa torre de medio milenio, preñada de superstición, barbarie y miedo, coronada por un martillo, gigante, enorme, que persigue, machaca, aniquila, al disidente español. Ës el martillo de Trento, es el martillo de la dictadura, es el martillo, forjado por unos medios de comunicación abyectos, de la Transacción española.
Finalmente, el capítulo donde narra su salida de EsRadio, es un documento paradigmático de que la actitud servil y pandillera, de agrupamiento bovino de cuartos traseros, que domina no sólo el sector público de este país, sino también el sector privado. Es la permanente conjura de los necios contra el disidente, contra el valioso, contra el inteligente, amparada permanentemente por la torre que se erigió precisamente con los materiales de los necios y fanáticos.
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