3 nov 2007

Que los fusilen a todos, yo, el Rey.


Gloria eterna a Torrijos y sus compañeros, enterrados bajo el obelisco de la malagueña Plaza de la Merced.

Siento una especie de vértigo por haber estado apoyado en noches de farra en la pequeña verja que aisla el obelisco de la plaza y no saber que justo al otro lado de ella, se encuentran enterrados los restos de los caídos por la libertad en la lucha contra el borbón absolutamente felón.

Hasta que no exista verdadera libertad en España no podrá quitarse la verja, no podrá el pueblo español rendir homenaje a los que todo lo dieron por España. Hasta los héroes nos son arrebatados para protegerlos de nosotros mismos.

Hace pocos días vi en el ABC una foto de la familia real visitando la ampliación del Museo del Prado. Casi toda la familia en pleno salía retratada junto a uno de los cuadros que por la ganancia de espacio pudo ser sacado de su conveniente archivo en los sótanos museísticos. Ese cuadro era el Fusilamiento de Torrijos, de Antonio Gisbert, cuyo dramatismo absoluto contrastaba con la mirada atontada y perdida de ZP interesándose en él y con las sonrientes de las testas coronadas, paseando por el museo que fundara precisamente el antepasado felón, autor de la absoluta fechoría contra la libertad y el pueblo español.

Me pareció una imagen dantesca, el del bufón del reino, elegido a mano levantada entre los cortesanos y cortesanas, cortesanas y cortesanos, propietarios de los medios de comunicación, sonriendo ante la realeza borbónica, sonriendo bubónicamente a la sociedad española.

Qué tendrá Málaga para atraer recurrentemente el escenario de la lucha final de la libertad y las caenas; se jacta la ciudad de llevar en su alma el anhelo de ese combate, se bruñe en su escudo la frase “la primera en el peligro de la Libertad” como una respiración pétrea y marmólea buscando una maternidad directa que la ciudad no puede. Pero le queman en sus entrañas sus hijos caídos, los mejores, los que como pantocrátores levitantes iluminaron el camino más allá de la dinástica simiente, de la simiesca univalente.

Recuerdo ahora a Antonio Herrero, muerto también en las costas de Málaga, en Marbella, mientras buceaba y hacia cosquillas a la placa continental. Qué cruel accidente, qué Bárbara tragedia.Afirma Federico Jimenez Losantos en su libro “De la noche a la mañana” que está convencido de que aquello fue un accidente, que Antonio Herrero estaba sometido a un estrés brutal y que una úlcera sangrante fue la última responsable. Bueno, no soy médico y carezco de esos conocimientos; sólo sé un poco de metáforas.

Pero recordemos la sentencia profética que nos legó el rey felón, rayando rallando la altura de un Montaigne, “vísteme despacio que tengo prisa”. Porque efectivamente, ahora sus descendientes tienen PRISA.

Prisa por ejemplo por demostrar que la mostrenca monarquía sirve para algo, viajando a Ceuta y Melilla, en tiempos donde se cuestiona su utilidad.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

aquel buen fiscal orensano contra la pena de muerte.....

Anónimo dijo...

aquel buen fiscal elogiado por el señor hercilla trilla.....