5 abr 2010

Lisboa.

Lisboa es una cruz cristiana tendida al Atlántico, clavada en el interior del país de las encinas, jara y lentisco, fortaleza y acueducto. Los brazos de la cruz son el Barrio Alto y Chiado por un lado y Alfama por otro, recorridos en un vaivén eterno por un péndulo en forma de tranvía 28.
El mirador del Barrio Alto y el Castillo de San Jorge se miran reciprocamente desde las alturas, y miran la fisonomía orgánica de la ciudad viva. El corazón y cruceta es la Plaza del Comercio, que insuflaba riqueza a todo Portugal gracias a los intercambios mercantiles con las colonias. Ahora yace en obras y yerta, roto el privilegiado puente con Oriente y las costas africanas a ambos lados de Buena Esperanza.
La Avenida de la Libertad atraviesa todo el largo travesaño de la cruz lisboeta, con vetas en la Plaza de España, Restauradores o Marques de Pombal, emitiendo y bombeando vida y sangre a los barrios altos gracias a los elevadores y tranvías, con colesterol y lentitud de siglo.
El punto más alto de Lisboa no se halla en Lisboa, sino en la cercana Belem, donde están el Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belem. También está el Monumento de los Descubridores, mirando a un mar ya casi tan viejo como el Mediterráneo.
Los turistas miramos al Atlántico mientras solitario y sin embargo altivo, un restaurante chino le da la espalda al Monumento a escasos treinta metros, y mira con descaro hacia el interior de Iberia.

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