21 nov 2010
Ortodoxia
Apenas cincuenta páginas de Ortodoxia de Chesterton y ya puedo decir que este libro es un prodigio, un artefacto potentísimo que dota al credo cristiano y especialmente católico de una hondura que pensé que no tenía. Tan aficionado a alistarme en todas las herejías cristianas de los primeros siglos, a escudriñar textos naghammadianos y vida y milagros del terrible niño Jesús, a desconfiar de alejandrinos escribas, a, en fin, a ponerme siempre del lado de las minorias, del rollo que se cayó de la mesa, de los perdedores en la batalla teológica, leo con estupor los argumentos psicológicos de Chesterton en defensa del credo católico.
Preveo una nueva caída del caballo, por lo menos en la consideración general de la utilidad de la religión romana, no así de su origen y de sus infraestructuras ambrosianas.
Quizás la potencia y utilidad que Chesterton otorga al catolicismo no era originalmente suya...pero eso es harina de otro costal. Se demostraría con este análisis chestertoniano la calidad de la impostura formal y de fondo, aunque el origen último de la simbología cristiana sea todavía un terreno lleno de controversias.
Esta última cuestión es esencial en unos tiempos como los actuales en los que la ciencia ha rebasado ya - o está a punto de hacerlo - los ámbitos de esta simbología, siendo necesaria la creación de otros nuevos o la emergencia de los mismos desde las presentes alturas científicas.
Siempre habrá una zona de mística - misterio - encima de la razón humana, espacio del símbolo - encarnado magistralmente en la forma de la cruz - que relige, una, supere la paradoja y la contradicción que surgirá en la mente humana, incapaz de albergar todo el universo en su seno. El símbolo, la poesía, es el comodín, el patrón, de la razón en las zonas obscuras. Es el cántaro del alma, alma de cántaro.
Es la imaginación que lubrica a la razón y que la salva de la locura coherente.
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