17 oct 2012

El rompimiento de gloria.

Leo con deleite y admiración geométrica y física El rompimiento de gloria, novela del Marqués de Tamarón. Sencillamente es la mejor novela que he leído en mucho tiempo, y eso para no ser maximalista y alzarla hasta la soledad fría pero vigorizante, de la mejor novela que en mis manos ha caído.

Su relativa poca extensión encierra la fuerza del koan zen, un acertijo, una ronda, tiente, una posibilidad de iluminación cargando contra los cielos de lo político correcto, el establishment cultural y religioso, con toda la artillería de la cultura clásica, de los infantes presocráticos y de los poetas, que deshilachándose a través de los siglos, han mantenido la aurea catena, la transmisión de la traditio.

Y todo ello encajado con precisión geométrica en el corazón y alma española, en el de un muchado leonés de izquierdas, revolucionario, en el histórico trance del advenimiento de la Guerra Civil que asolaría España. Y no es casualidad. Es en parte el resultado del Gran Salto Adelante hispano, intentar matar a todos los pajaritos que se comen la improbable cosecha. La revolución del hombre nuevo, ese monstruo, ese moloch en el que se inmola, cada cierto tiempo, al hombre viejo y eterno y se intenta aniquilar los últimos reductos de los dioses paganos, viejos y eternos. Pero ni toda la sangre del gulag, la cheka o de los jemeres rojos ahogan la voz de Miguel y Elena.

Esta novela no es un bestseller ni Tamarón un autor de masas. Es normal por otra parte. El hecho de encontrar a los hermanos agrestes portando las armas del bando nacional no le habrán ayudado nada en estos años de molicie intelectual y de sorbeteo hospitalario a la ubre europea que ha asolado las hispanías, dando pábulo a la emergencia de ese hombre nuevo, no un semidios, un semihombre gordo y babeante, de las llanuras.

Es una novela nietzcheana y tiene fuertes reverberaciones hessianas. Viendo al Marqués de Tamarón en los andurriales de la serranía madrileña, se le imagina uno andando peripatéticamente por los riscos, envuelto por los dioses de antaño, los dioses del eterno retorno natural, los dioses traicionados por el desastre de las religiones del Libro, esa declave que tiende a expulsar al hombre de manera lineal, como un demonío centrípeto, de su paraíso eterno, terrenal y circular.

El monoteísmo ha transformado al hombre en mono.

Aquí va una hierofanía. De nada.








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