Ayer fuimos a ver Maribel y la extraña familia, en el pequeño teatro Infanta Isabel en Chueca. Presentada como la grande comedia de Mihura encierra en sus aires de vodevil una carga de profundidad y crítica a la sociedad del momento mihurense, de cuesco homologado de muy señor mío, de un universo casposo y cerrado, como el de ahora, que sin embargo se pavonea modeeeeeerno porque baila los últimos riiiiiitmos y degusta los úuuuuuultimos cócteles.
La obra es dinámica y provoca la risa al respetable, pero no es cómica sino tragicómica la substancia central del aparato. Desde las alturas de la carcajada quizás no sea fácil percibir la hondura de la tragedia, el mensaje último del atentado a la legalidad industrial vigente.
Es el encuentro, heroicos, de dos mundos, de dos guerrillas apartadas por la sociedad mezquina, cínica y cruel que empuja hacia las limes a toda unidad biológica no procesable por el estómago industriaaaaal. Por un lado la extraña familia, Marcelino y sus dos tías, seres de otro mundo, abisales, lunáticos, quizás psicópatas. ¿Qué extrañas intenciones se enconden en su aparente bondad?.
Por otro lado Maribel y sus amigas del burdel, engrase de la sociedad fina madrileña, válvula de escape de matrimonios, monarquías y partitocracias varias. El perfecto encaje social en la era de la grande fábrica exige mecanismos precisos de compensación y retroalimentación. División (aparente) de poderes y vaginas.
Es conmovedor darse cuenta de los pequeños engaños y mentirijillas en las que incurren los personajes para propiciar este encuentro, sagrado, esta eucarístía social que yo, si estuviera henchido de chinchón equipararía con la unión de Jesucristo y María Madgalena - Marcelino y Maribel -. No hay en toda la obra un personaje falso, cínico, aparte de estos pequeños requiebros, salvo uno: el personaje secundarísimo del administrador. Los aaaaaaadministradores, los geeeerentes, los ceeeeooo, los intermeeeeediarios, esos grandes triunfadores en la sociedad industrial. Es este personaje el nexo de unión con la realidad hipócrita de ahí afuera, él y sólo el permite enclavar la obra en unas coordenadas de realidad y la impiden que se escape hacia lo onírico.
El desenlace de la obra es un pequeño triunfo de esos dos mundos de retaguardia y vanguardia, de outsiders, de burdel y de valores eternos, de Verdad, sobre la sociedad destruida por la maquinaria de la publicidad y la uniformización industrial de las mentes. Es un triunfo insignificante para el nodo, irregistrable para el historizador, inmenso para los particulares.
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