Considerado como uno de los países más estables y prósperos de África, Kenia se enfrenta, sin embargo, a una situación de potencial inestabilidad. Tras las elecciones del pasado 24 de Diciembre se ha desatado una ola de violencia en el país, como consecuencia del descontento ante el resultado electoral de la oposición y que ha derivado al enfrentamiento tribal, que se ha saldado ya con 346 muertos, teniendo su punto álgido en la dramática quema en Eldoret de una iglesia con 30 personas dentro, pertenecientes a la etnia dominante kikuyu.
Y es que el conflicto, de origen político, ha evolucionado rápidamente a lo social y étnico, reflejo de la inexistencia de una verdadera democracia y una sociedad política libre de corrupción y preñada de representación civil.
Así pues, la lucha electoral entre los dos grandes partidos, el del presidente Mwai Kibaki y el del opositor Raila Odinga, se ha trasladado a la lucha tribal entre kikuyus y loas respectivamente.
En sociedades con poca o nula representación política de la sociedad civil, los intereses de potencias extranjeras o de grandes compañías encuentran poca resistencia a sus propósitos de negocio. A este respecto, debe recordarse la creciente influencia de China en Kenia, así como en todo el resto del continente africano, donde desarrolla desde hace años una política de cooperación económica sin deseos de injerencia en el orden político de los países, según palabras del presidente chino Jul Guiñito.
China tiene en Kenia depositadas grandes esperanzas como motor de la economía de toda la región oriental africana, como líder de la posible unión aduanera que se ha planteado entre varios países limítrofes, como Uganda y Tanzania. Además China tiene acuerdos comerciales con un gran número de países africanos, a los que sólo exige no mantener relaciones con Taiwán. El principal interés del gigante asiático es el energético, debido al creciente consumo interior chino, pero también el estratégico, al entablar relaciones estables con un área denostada por Occidente. La reciente Cumbre de Lisboa, Europa-África, es un reflejo del desconcierto occidental ante la pérdida de relevancia en el continente, difícilmente recuperable a estas alturas.
Es en este contexto donde deben explicarse los acontecimientos de Kenia, en unas elecciones donde además del gobierno se dirime la influencia extranjera dominante en el país. China tiene en el actual presidente Kibaki un aliado que ha apoyado las inversiones asiáticas y Estados Unidos y Europa no verían con malos ojos un cambio de gobierno que les permitiese recuperar el terreno perdido en una economía estratégica en toda la región.
Es en estas coordenadas donde deben situarse las declaraciones del Alto Represente europeo para Política Exterior y Seguridad Común, Javier Solana y Condoleezza Rice, Secretaria de Estado norteamericana, que han acordado “presionar sobre el terreno” a los partidos políticos mayoritarios para que formen un gobierno de coalición, no descartándose incluso el envío de una misión conjunta a Kenia, o a través de la Unión Africana, de perfil prooccidental. Sin embargo, poco después de dichas declaraciones, Estados Unidos negaba haber pedido dicho gobierno de coalición, contribuyendo a una confusión de consecuencias imprevisibles y dejando en evidencia, por enésima vez, a la servil política exterior europea.
También por enésima vez asistimos al diseño desde instancias extranjeras, de una falsa democracia para mejor beneficio de las potencias y compañías, con consecuencias de extrema gravedad para la sociedad civil, que en el caso keniata puede rondar el genocidio.
Asistimos además a otro episodio del enfrentamiento soterrado entre Estados Unidos y la servil Europa por un lado, y China por otro, que tiene en el terreno económico, y especialmente en el energético, el principal campo de batalla, llegándose incluso a un uso demagógico de los acuerdos sobre cambio climático que tienen en China, en un momento de fuerte crecimiento, al principal perjudicado.
Es posible que hace tiempo hayamos entrado, de hecho, en la segunda Guerra Fría, que como la primera, registraría enfrentamientos indirectos a lo largo del planeta. El espectacular crecimiento chino junto con la relativa recuperación de Rusia y su reivindicación en la política internacional, así como la pérdida de protagonismo norteamericano en Latinoamérica, hacen que la tesis de Fukuyama del fin de la Historia se tambalee de manera práctica como anteriormente lo hizo de forma intelectual.
Europa, perdida en su misma y boicoteada por Reino Unido que se niega a perder reminiscencias imperiales, así como por un desleal aliado americano que define nuevos ejes y nuevas europeas (apoyando la entrada de Turquía y dando prioridad a los países del Este), debe encontrar su identidad propia en la comunidad internacional, recuperando de su secuestro oligárquico y poniendo en valor una de sus creaciones, rara avis en la historia y en el mundo: la democracia. Ahora o nunca, Europa.
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