20 jun 2011

19J, Neptuno.

Cuando más arreciaba el calor, cuando más apretaba el astro rey sobre el solar español, cuando la Carrera de los Jerónimos parecía una sabana africana donde no desentonaban Daioz y Velarde -los dos leones del Congreso -, un dios pagano, milenario, romano, se despertó de su letargo de siglos - interrumpido muy esporádicamente con la victoria balompédica de cierto equipo deportivo - y nos vino a echar una mano.

Neptuno, dios de las lluvias y las nubes, primero, y después de los mares, dios en definitiva de las aguas, mansas o temibles, moldeadoras y sustento de la tierra, se vió de repente rodeado de una marea humana que como corriente en su camino al mar, se agitaba vibrante ante el muro policial del Congreso, ante el dique y pantano de este Estado de Partidos que desconoce la libertad política.

El viejo Neptuno recordó su juventud en las orillas del Mediterráneo, el cómo deslizaba sobre su piel a las embarcaciones de velas latinas que sabían entender la complejidad del mar. Él favorecía a los hombres que leían los vientos y estudiaban las corrientes, las rugosidades de su piel. A estas embarcaciones les mandaba viento regular y consistente, les mandaba la sagrada escolta de los sabios delfines.

Pero a los hombres que despreciaban al mar y a las aguas, henchidos de orgullo ante la aparente fortaleza de la materia sólida, ante la supuesta insumergibilidad de sus navíos políticos, a los que olvidaban de dónde les viene su temporal poder, les mandaba tempestades y toda la cohorte de monstruos marinos.

El 19J, el dios marino, en el exilio de una capital sin mar, se vió anegado de nuevo por una marea humana, por un mar inmenso: la sociedad civil. Vio que era compleja y caótica, llena de diversidad, como su mar antiguo y sus criaturas. Simpatizó con ellos, y viéndoles penar bajo el calor, les envió ninfas que les rociaban con agua y repartían botellas, les envió viento que les refrescaba y que henchía sus pancartas, que el veía que eran velas -como las latinas- que llevarían a aquellos hombres hacia algún progreso, hacía alguna orilla mediterránea.

Vió claramente hacía donde miraban aquellos hombres y mujeres, hacia el Congreso de los Diputados, justamente hacía donde él mira desde hace centurias, sintiéndose un poco ridículo con su tridente y su legión de hipocampos y criaturas abisales. Allí le colocó Carlos III, como homenaje al poderío de la Marina Española, pero su simbolismo pronto se perdió y con él, su autoestima.


Pero el 19J fue diferente. De repente, toda su simbología, olvidada y perdida en medio de un secarral, recuperó su vigencia. Frente al Congreso y con el tridente en alto, vigilándolo, controlando su temporal poder que le dota la mar oceána de la sociedad civil. Las criaturas que le acompañan representan toda la maravilla y el caos creativo de la diversidad humana, todas con derecho a emerger de las aguas y quedar representadas bajo el sol político. Finalmente el tridente recuerda a la clase política que deben cumplir escrupulosamente con la división de los tres poderes, bajo pena de sufrir la tempestad.

Representatividad y separación de poderes: los fundamentos de la democracia. Hasta los dioses nos acompañan.

1 comentario:

Elena dijo...

Hola Francisco...
Fue un día histórico para la Humanidad. Para todas aquellas personas de bien, que creen que otro mundo es posible.
En algún punto se ha iniciado ya un maremoto que llegará a las costas privilegiadas y privadas de unos cuantos que creyeron, erróneamente, que podían comprar el alma humana... pero el alma es sólo de Dios...