Esta mañana, con el sopapo del frío en la cara, me empapelan autoritariamente con un 20minutos, ese diario gratuito que se distribuye a mansalva en las grandes capitales, junto con el Qué y ocasionamente otras cabeceras de la prensa más o menos libre y gratuita.
Ganas me dieron de meterme los periódicos en la pechera, cual ciclista bahamontiano bajando algún puerto de montaña, para resguardarme algo del frío.
Veo la portada y me topo con la foto de la osamenta de San Valentín, sita en Madrid. Como afirmó Ciorán en uno de sus disparos: con qué ánimo va el enamorado al encuentro de su amada después de ver esto?.
Y sin embargo, se mueve.
Han sentido ustedes el frenesí vital, quicir, sexual, que se desencadena tras un entierro, un velatorio, un paseo entre las altas paredes de los nichos?. Uno sale, al menos en mi caso, vigorizado, espabilado, espoleado por la morada bien de nuestras tribulaciones. Eso de el muerto al hoyo y el vivo al bollo, creo que se refiere más a ese efecto que se produce en las cercanías de la muerte, no la propia (o también?), sino al asomarse al precipicio vertical de la mar océana, el sheol salado lleno de natrón egipcio. No a la cosa material, tan hortera de bolera, el chusco, el chalé, el bollo, jé, sino al bullir de la sangre.
Ocurre lo mismo con la religión de los toros. Desde la barrera nos asomamos a una posible muerte y nos afirmamos en la vida. Si algo podemos distinguir en el carácter español - quiero creer - , el histórico, pero sin embargo singular, es poder aproximarnos a la muerte, litúrgicamente, paganamente -como hacen hasta al paroxismo nuestros hermanos mexicanos - para sentirnos más vivos.
Se admira al valiente, al torero, que se queda sólo con la muerte, que convive con ella. Es un hombre (o mujer) (los trabajadoras y los trabajadores..) que ante el fuego de la gran verdad se vuelve absolutamente verdadero, fiel a la vida como sólo se puede ser en estos contornos. Allí, las grandes verdades, los falsarios, se disuelven como azucarillos ante el calor del fuego. Es más, se guardan muy mucho de acercarse a la plaza, se quedan lejos, en las pequeñas tabernas que ofrecen los poderosos para ocultar el poder de la cercanía a la muerte.
Los poderosos se distraen, se confunden o te matan. No hay término medio.
El poder es el autocontrol de uno mismo en esta zona de extrema vitalidad, superado el miedo. El poder es también la distribución del miedo, que mantiene alejados a los rebaños de la fuente de la vida, de la fuente calorífica que aviva los carallos y preña los conceptos.
El bien y el mal. El fuego o el acero. Una cuestión de rango, de topología geométrica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario