Vi ayer la función de las 17.15h de Los Miserables, deVictor Hugo, que se representa en Madrid en el Teatro Victoria por la compañía cubana de teatro Máscara Laroye, cuyas entradas compramos en Atrápalo.com y que recomiendo vivamente, diría encarecidamente.
No se trata del rutilante musical en cartelera en estos momentos en Barcelona, sino de una producción clásica mucho más modesta, representada en un teatro pequeño y con menos medios. Pero precisamente por ello, por su temática, por la cercanía extrema de los actores - que usaban el pasillo entre las sillas como parte auxiliar de la escena -, por una más que correcta iluminación y música, y sobre todo, por la excelente, excelente calidad de los actores, se consigue un conjunto sobrecogedor.
Durante la obra se me puso un nudo en la garganta que no me abandonaría hasta muchas horas después de concluir. El hecho de ver hoy el desfile chulesco y altanero de Urdangarín en el juzgado de Palma me ha provocado otra vez su aparición, junto con la naúsea. Los ricos y poderosos y el mal entronizado, tornado bien por las leyes dictadas a medida. Los pobres y débiles, con su virtud y bien vigiladas por la policía, siempre presta a levantar acta de miserable en cuanto la extrema necesidad lleven al robo o la prostitución. Ladrón, Jean Valjean, ramera, la madre de Cossette.
Hubo momentos, lo juro, especialmente cuando la obra alcanzó su clímax, entre arengas antiborbónicas y gritos a la revolución, que me hubiera unido a ellos. Tal era la tensión emocional que allí se creó que me ví en el germen de un nuevo motín de Esquilache..
Urdangarines y sus consejos de buffete para buscar real acomodo en unas leyes violadas por sus reales alturas en multitud de ocasiones. El mal transmutado en belleza, virtud y bien de papel couché. Unas leyes que caerían con todo su peso para el ladrón de una barra de pan, para Valjean. El pasaporte a la miseria.
En fin, la entrega total de Valjean por ese resquicio en su desgracia, por esa cosa tan denostada e inútil, el bien, contra el que se inmola para salvar el amor, es el basamento de la obra. El bien como debilidad y sin embargo fuerza moral de los miserables. La verdad como bastón ante la injusticia. Y planeando sobre la obra, la libertad como bandera y patria, acogiendo a las dos anteriores.
Es la gran novela europea, sobre el gran tema europeo. Las consecuencias de la Revolución Francesa, el amargo sabor de algo que se intuye como derrota, de algo que pudo ser y sin embargo no fue. Los miserables están de plena actualidad en Europa: todavía seguimos soportando a los Borbones de turno, a los ujieres de rigor, a los repartidores de doctrina, a los perros de presa de la libertad. El bien, un bien escaso. La justicia, una rareza. La verdad revelada, una singularidad.
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