En una pila inestable de libros esperaba que le diera buena cuenta. Se trataba de La conexión Alejandría, una novela de un abogado y escritor americano llamado Steve Berry del que no había oído hablar. Ni siquiera sé a ciencia cierta de dónde, en qué piedra, en qué río, apareció, se generó espontáneamente este libro.
Su digestión ha sido una experiencia demoledora de la cual aún me estoy recuperando. Me doy baños de aguas amargas y una fornida monja me atiza con una rama de laurel para que olvide tal truño ultramarino.
Steve Berry ha urdido una historia de susto y misterio alrededor de la controvertida teoría de Kamal_Salibi que afirma que los antiguos territorios de Israel - antes de la creación de Estado moderno - no se hallarian en Palestina sino nada menos que en el occidente de Arabía Saudí, cerca, muy cerca, de la ciudad de La Meca. Imagínese el lector/a las implicaciones vitales para el viandante de la rúa de tal revelación. Bueno, en serio, esta teoría es interesante, plantea preguntas ante la escasez de registros arqueológicos de la Israel palestina del Antiguo Testamento - ese totum revolutum - y escarba en los siglos de gestación de esas maquinarias de manipulación y modelado de sociedades que han sido las religiones.
Lo que no está tan bien, al contrario, es la historia manida de conspiración, ensalada de tiros sin vinagre de Jeré, amores tumultuosos y Órdenes del Vellocino de Oro. Bueno, a mitad de la novela, harto ya de descripciones de estampas uropeas con castillos, de marcas de coches y relojes, de salones "color pastel naranja y verde con lamparitas encendidas", he emprendido una carrera acelerada de salto de página a lo Sergey Bubka en busca de lo único aprovechable de la novela, esto es, la teoría de Salibi.
Es de agradecer que al final del libro, Berry, reconociera el núcleo de sus circunloquios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario