19 may 2012

Anatomía de un instante.

Anatomía de un instante, de Javier Cercas, me atrapó hace unas horas - según la física moderna - pero me sumergió en una vorágine de varios años que configuraron la transición española, toda ella orbitando alrededor del asalto al Congreso del teniente coronel Tejero, el 23 de Febrero del 81. He salido conmovido, cabreado, asombrado, y diría hasta contusionado - como un Gutierrez Mellado zarandeano por la benemérita - de este viaje apasionante por los acontecimientos y personajes de aquella época convulsa.

A partir de ese instante, concretamente de la soledad de Adolfo Suárez, sólo en unos estrados abandonados de verticalidad, el autor despliega círculos concéntricos que se extienden en la horizontalidad, abandonando ese momento hiptónico de Suárez ante la incertidumbre del estruendo de las balas. En ese instante, como en todos, se condensan, se condensan, confluyen múltiples procesos, inteseres, tramas, deseos, recuerdos. Si en ámbito personal esto es cierto, en el ámbito político, en un momento como aquél, en donde la dictadura daba pasos lampedusianos hacia una democracia de bajo nivel, y donde las ambiciones, pasiones, intereses de grupos dejaban de estar canalizados por rutas establecidas por un régimen de hierro, aún más. La teoría del caos actuando a toda máquina.

Pequeños cañales por donde tenían que circular inmensas cantidadesd de agua estaban sustituyendo a la gran tubería central monocorde. El peligro de desbordamientos, atascos, humedades, inundaciones era evidente. El 23F como un intento de corrección de la democracia, del proceso del Estado de las Autonomías que estaba desbocado (según una mayoría política), la galopante crisis económica, el terrorismo salvaje de ETA...todo ello causado en última instancia, según una mayoría política presente en el hemiciclo, por la incompetencia, incultura, cabezoneria y ambición de Adolfo Suárez.

El 23F como una conjura de todos los partidos, incluida la UCD, y con el visto bueno del Rey, para echar a Suárez e instaurar un gobierno de concentración nacional, dirigido por un militar - a la sazón, Alfonso Armada - para salvar a la patria en esos momentos de grave dificultad. Una conjura de necios demócratas que se confabulan con métodos antidemocráticos para defenestrar al presidente de una democracia fragilísima. La cosa adquiere tintes aún más siniestros habia cuenta de que ya habían conseguido la dimisión de Suárez, y se estaba votando la investidura de Calvo-Sotelo, un hombre con dos doctorados y de altísima cultura, un hombre al que no se podía reprochar ser un arribista, un inculto contumaz, un falsario, traidor, un mago de las relaciones personales y de la seducción que decía a todo el mundo lo que quería oir.

Los partidos políticos quisieron, y lo consiguieron, configurar adecuadamente las reglas de la partitocracia, ajustar su funcionamiento para uso y disfrute de la casta parasitaria, con métodos coercitivos. En ausencia total de sociedad civil o de partidos políticos que no quisieran entrar orgánicamente en el estado, los partidos estatales acomodaron sus tripas y bajos vientres al mullido de los sillones y las moquetas, conocidas muy de cerca en su verticalidad antibalística.

De toda la historia de traiciones, ambiciones, mentiras, verdades dentro de mentiras, medias verdades, emerge una figura llena de claroscuros que enebra todas las tramas y que enerva y enervó a todos los actores políticos de la época: Adolfo Suárez. Sí, un inculto, un camaleón, un trapacero, un arribista sin escrúpulos, un orador pésimo, un chusquero, un recadero del Movimiento. Pero un hombre que se creyó la dignidad del presidente del gobierno y que creía en la constitución más que nadie, llena de defectos, pero nacida de la voladura del franquismo. Hay una frase conmovedora en el libro (hay muchas), y es 24F, en el Consejo de Ministros con el Rey y ante la plana mayor del ejército, una vez conocida la implicación de Alfonso Armada en todo aquello, Suárez ordena su detención, el gerifalte mira al Rey buscando su consentimiento, a lo que Suárez responde con un "No mire al Rey, míreme a mí".

Hay otra frase que creo encierra la clave de aquello y mucho de lo ocurrido en aquellos años. Está al final del libro y la pronuncia el propio padre moribundo de Cercas ante la pregunta de su hijo de por qué había apoyado a Suárez. "Porque era como nosotros". Es decir, arribista, tramposa, camaleónica, inculta, como la gran mayoría de la sociedad española sometida a una dictadura, económica, cultural, política, corrupción basal, que negaba toda libertad y que no tenía otra oportunidad de medro a las altas esferas que esos comportamientos. Suárez quiso ser sociedad civil, un agente de la sociedad civil en medio de la olla podrida de la cloaca política madrileña, lleno él mismo de corrupción, por su ascensión, mostrando a una inexistente sociedad civil los pecados del sistema.

Intolerable.

Un libro apasionante, cautivador. Lo recomiento y le doy un 9.

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