Bueno, me embaulé el último libro de Sanchez Dragó en un día y medio, habitando reptilianamente un sofá como habitará Bastián una manta militar en el gimnasio en La Historia Interminable.
Pues vale, el libro me ha gustado bastante porque describe el Madrid de los 40,50 y 60 desde la visión de un niño bien, bien raro, habitando en un país y tiempo también raros. Dragó, al ser un rara avis en aquella España gris, permite cartografías las profundidades y alturas de simas y riscos de aquel régimen y aquella sociedad. En la relativa extrañeza que emana de la interacción Dragó - postguerra de clase acomodada, se pueden oscultar los pilares y columnatas de aquellas latitudes.
Al ser un raro, aunque Dragó fuese un niño bien del Barrio de Salamanca de Madrid, es como el puro tono que se envía a través de un sistema para caracterizarlo, para medir sus retardos, ecos, huecos, atenuaciones, amplificaciones, realimentaciones. El fue un niño feliz, no exento de las angustias propias de cualquier púber, en un entorno privilegiado para la época. Y son esas angustias existenciales - sobre todo lo relativo al sexo y en menor medida a su vocación - lo más atractivo del libro.
Es también la constatación de que el entusiasmo y la motivación son asuntos esencialmente individuales, y él los encontró en la literatura - era una rata literata, como se dice en el libro - permitiéndole ampliar un mundo, que incluso para él, con su privilegiada situación de alumno de El Pilar del barrio de Salamanca, era gris a priori.
Pero precisamente en ese mundo gris, el mundo iniciático de los libros a otros mundos, para el que tenga la paciencia de ahondar un poco en ellos, se presenta en toda su majestuosidad y con todo su poder. La literatura, el último bastión del individuo en una sociedad totalitaria y devastada por los prejuicios y la guerra. El libro como palanca de la historia, como la fuerza que cambia el sentido del péndulo.
A Dragó le tengo que agradecer todos esos programas sobre libros, sobre sociedad, sobre política, que dirigió y dirige en la televisión, presentando toda serie de personajes raros y únicos, de toda condición y y pelaje, de toda longitud política y de toda latitud intelectual.
Una bocanada de aire fresco, de debate, en esta pseudodemocracia rampante que mucho me temo, no se diferencia gran cosa de la dictadura nominal del Tito Paco.
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