22 jul 2012

Momento pánico en el Santander Sevilla.



Conforme nos acercamos al abismo, y bajamos a la velocidad del concejal hacia el inframundo, hacia el Averno, tras lo pasos marcados por Dante, mientras crece el cangüelo general, uno tiene la secreta esperanza que en ese descenso esta sociedad, o sea, nosotros como individuos, nos topemos con las vetas de la capa freática del coraje, del compromiso, del entusiasmo y de la acción. El toro español debería vender cara su piel.

Antes de que nos intervergan de manera global y que los recortes que ha realizado Rajoy se queden en broma, al menos podemos tener la dignidad de ser nosotros mismos los que derribemos el Régimen. Si no lo hacemos, la sociedad española va a sufrir años de asfixia por parte de la Casta Parasítaria antes de derrumbarse cual elefante juancarleado. Se agarrarán a su presa, vía impuestos y otros parabienes, como posesos, antes de perder al aire que les da la vida.

 La Casta vive larvada en las vísceras y músculos de la sociedad, sin control alguno, vive a caballo entre el Congreso y los consejos de las grandes empresas apañolas, que son extensión del es-Tao, en una simbiosis que haría palidecer a cualquier órgano de control de la competencia. En España no hay competitividad porque NO hay competencia empresarial, protegidas por leyes dictadas a dedo por antiguos correligionarios.

Las grandes empresas, nutridas de subvención que mitiga la manifiesta incompetencia de muchos de sus cuadros dirigentes, viven también aferradas al Estado en la explotación de su principal recurso: los humanos, ese recurso mineral derivado del carbono.

Mediante diversos procesos y engranajes (medios de comunicación, apoyo a eventos deportivos) este recurso es maleado y aprovechado hasta el límite. Se dice de él que se aprovecha todo, como en el cerdo. Se le engorda con diversas papillas de bazofia cultural (y alimenticia), se le aturde con ruidos histriónicos y  modas creadas para hacerle perder totalmente la chaveta, se le lisonjea para que se tranquilice y finalmente se le sacrifica, inmediatamente después de haber depositado su voto, producto de todos los anteriores estímulos.

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