Lo de Podemos es un claro síntoma de la absoluta falta de libertad política que padecemos en este país. He estado leyendo análisis sobre las causas de su fulgurante ascenso, de los factores de su éxito y de las estrategias para pararlo.
Hay un dato que refleja el nivel de hartazgo que tiene la ciudadanía con la casta política, término que por cierto no lo inventó ni mucho menos el compañero Pablo Iglesias, y que es el volumen de votantes que afirman en las encuestas que votaría en las próximas elecciones a Podemos y que en gran parte no pueden salir de otra parte sino de arrepentidos votantes del PP.
Que un votante del PP, conservador o liberal, aseado, serio, emprendedor o subsidiado, decida votar a Podemos sólo puede explicarse por un proceso de hipnosis de la exuberancia capilar de Paul Churches o porque no encuentra otro cauce con garantías fetén, o sea televisivas, para amplificar su rechazo a todo el sistema. No le importa nada el programa de Podemos, sólo empatiza con la caña irrederenta que Pablo Iglesias coloca en los lomos del Régimen.
Por cierto, a Podemos tampoco le importa su programa, o le importaba hasta hace poco: han reconocido que los disparates propalados en el mismo son totalmente inviables, y se disponen a contratar a expertos económicos para pulir, embridar los desmanes y exageraciones cuasireligiosas que imprimieron en los panfletos.
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