7 sept 2012

Escupiré sobre vuestras tumbas.

En el lugar más bucólico que se pueda imaginar, en una casita rural asturiana, en medio del paraiso verde ,regado de sidra, poblado de angelitos mofletudos, vacas que rien, montañas heroicas, pelayos ancentrales y actuales (alguna vez contaré nuestro encuentro con una costumbre atávica, origen de la reconquista, por supuesto, asunto carnal), en, digo, bla, bla, bla,  tópeme con la obra borisvianesca Escupiré sobre vuestra tumba en la pequeña biblioteca comunal del casón del buen retiro.

Esta novela, con firma de Vernon Sullivan, supuesto escritor negro useño, supuso un enorme escándalo en la sociedad usa al uso de la época. El protagonista, blanco pero negro, negro albino o no, pero blanco negro a fin de cuentas, narra las peripecias del impostor que logra escapar de la barbarie y apartheid blanco para infiltrarse, gracias al coló de su capa superficial, en la más refitolada y pastel-cream sociedad de un pequeño pueblo. Allí, gracias a su sentido del ritmo, su swing penal y su desmedido deseo de venganza, arrasa sexualmente con toda infanta blanca y físicamente con un par de hermanas, enamoradas hasta el tuétano de su blanco cuerpo y sus negros orgasmos.

Un sangre y fuego de artificio, artefacto certeramente dirigido al punto más vulnerable de la arquitectura de aquella sociedad, un virus injertado en el lugar menos protegido, un soplo en el ángulo más venerable del castillo de naipes.

La realidad superficial que es superficial hasta profundas simas. Debajo no hay casi nada. El horror vacui de la petarda aeroportuaria, el vértigo más atroz ante la espantosa nada.  Si debajo no hay nada, si todo es superficie, el negro puede llegar hasta la cocina, desgarrando el velo de hímenes y de la realidad insulsa.
El político trepa, la psicópata narcisista y demás fauna ibérica pupulan por la estrecha franja que existe entre la superficie y la pura mierda, reptando, lubricados, por los infinitos senderos de la mentira.

El zahorí que pretenda encontrar y luchar por la verdad en esa superficie de cartoné,  lo lleva crudo. La madre roca, lo auténtico, lo vivo, lo real, lo bueno, lo divino, queda a años luz de lo demoniaco, de la enorme escombrera de sepulcros blanqueados. El hilo de ariadna se rompió. Las toneladas de mentira y mierda doblegan cualquier verdad.

El impostor no hace sino recorrer los caminos, las bambalinas de la superficie de barrio bien por donde patinan los reptiles homologados. Pero a él le acaban reconociendo: al emerger, y aunque se limpie la mierda, como es uso obligatorio en el pisaverde común, es negro en la superficie blanca pastel.

Escupiré sobre vuestras tumbas es el recorrido de un impostor por una arquitectura impostada. Es la misma barbarie pero de otro coló, tiznando a su paso la arquitectura sociá.

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