Vargas Llosa, sobre Esperanza Aguirre
Dimite Esperanza Aguirre y en todos los mentideros socialdemócratas y conservadores se frotan las manos y descorchan botellas de champagne porque se va la principal referencia del liberalismo en España, esa cosa tan rara, inventada en nuestro país por la Escuela de Salamanca y que casa mal con el miedo a la autoridad y el estatismo a ultranza que impregnan las neuronas del cerebelo reptiliano ibérico.
El liberalismo, el apoyo al individuo, su libertad individual, la sociedad formada por individuos y no individuos que emergen de la sociedad arrasada por tres o cuatro ideologías, la auténtica libertad de mercado...
En discusiones con García-Trevijano, en tiempos de su blog, me acuerdo de haber planteado la tesis de la supresión de los partidos políticos. Sí, es una tesis maximalista, pero ¿por qué de la necesidad de ellos?, ¿dónde radica su irreversibilidad en la sociedad política?. ¿No son las ideologías las que conforman el ecosistema de un partido político? ¿no es deleznable la moral de hombre de partido, que acata, sin actitud crítica, la corriente imperante?, ¿no estamos ante una crisis de sus financiaciones?. ¿Por qué no el presentarse individualmente a un cargo político con sólo el bagaje de los méritos y logros personales?. Bueno, algún día desarrollaré con más profundidad este planteamiento. Si lo saco a colación ahora, en este artículo sobre Esperanza Aguirre, es que estoy convencido de que si ella se presentara a título personal: soy Esperanza Aguirre, y mis ideas son liberales y estas son mis propuestas y estos son mis méritos, estaría muy cerca, o lo lograría, de derrotar, ella sola, al PP y al PSOE.
La gente vota a las personas y no tanto a los partidos, esos caballos de troya al asalto del Estado, auténticos pecios fascistas (la conquista del Estado), al igual que patronales y sindicatos. Esa es la razón, creo yo, de que el PP no ganara las pasadas elecciones en Andalucía: hay que ser muy sectario, muy dogmatico, muy hombre de partido, para votar a Javier Arenas, ese hombre que repite las palabras dos veces, como tanteando el terreno de la mentira, del engaño ya ejecutado y que tiene que ganar tiempo para recordar donde puso el cepo, ese hombre que parece estar en cada momento al borde de la catástrofe discursiva y de la carcajada. El olor a cinismo que desprende sólo es comparable, en intensidad, al del queso payoyo de la sierra gaditana de la cual también procede.
Se ha ido, para mí, la mejor política que ha dado España en toda su historia, así dicho a bote pronto, aunque hay que reconocer que las mujeres se han incorporado muy tarde a la política en el ruedo ibérico. Creo que en el fondo de todo esto esta ese momento sublime en el que heredero mayor del reino, Mariano Rajoy Brey, ese tipo acomplejado que en el Congreso del PP expelió esas palabras epitafiales: "el que se quiera ir al partido liberal, que se vaya al partido liberal" o "yo no me presento porque me lo haya pedido un periódico o una radio, me presento porque me lo han pedido mis compañeros de partido".
Estas, y no otras, creo yo, son las verdaderas razones de la marcha de Esperanza Aguirre, la actitud gregaria existente en su propio partido, irredentos ante el más leve cambio que los pueda mover de su poltrona donde negocian el tránsito del bolo alimenticio y la puesta del huevo o bolo fecal mientras tienen sueños de virreyes, viceroys o caciques. El partido conservador, claro.
El grupo, el clan, el interés mafioso es el que domina la política española, donde no son ni siquiera los lobbies industriales los que empujan por aquí y por allá, sino una panda de amigotes grisáceos hasta el azul (rayando lo mahón, por los dos lados del espectro político) copan todo el cielo político. El individuo no tiene nada que hacer en semejanza ecosistema de hienas gregarias y descerebradas, que sólo pueden existir por la aquiescencia y permiso gilipollas, inculto y beodo, de una gran mayoria de la sociedad.
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