Ir a Asturias es viajar a otra época. Y no lo es porque allí no haya cosas modernas o tecnológicas, como autopistas o concejales automáticos, sino porque la distancia entre el mono superior y la naturaleza se reduce considerablemente, pudiéndose sentir esa religiosidad ascentral que sintieron los constructores de dólmenes y los pintores de las cavernas. Allí, la Prehistoria no sólo se puede ver, como en las huellas de dinosaurios en las increíbles playas como La Griega, al lado del "famoso" pueblo de Lastres y del Dr.Mateo, sino que se puede comer. Los quesos se siguen fabricando igual que entonces, almacenándose en muchos casos en cavernas naturales, como forma primordial de conservar, de alargar la vida a la leche. No es dificil imaginar al primer hombre, que, azuzado por el hambre, entre la espada y la pared, probó el primer involuntario queso en las profundidades de alguna obscura sima.
Comer en Asturias en una auténtica fiesta. Nunca he comido mejor. Qué despliegue de prodigios se ven desfilar por las fondas, tabernas y figones de la tierra astur: fabes, potes y cachopos, todo tipo de quesos - cabrales, gamonedos y decenas más -, todo tipo de carnes y todo ello hidratado y conducido por litros y litros de sidra, el soma local, la ayahuasca astur, el cornezuelo eleusiaco de la norte tierra sin la que nada se comprende. Con los ojos acuosos por la sidra, se aparecen los dioses paganos y los semidioses prerrománicos.
Cangas de Onís es su lema: Minima urbium, maxima sedium. La mínima ciudad y la mayor de las capitales. La primera capital del Reino de Asturias, ergo, la primera capital de eso que se llama España, la católica. Pero es que Cangas de Onís es todavía hoy el centro espiritual de Asturias: es la puerta de la ascensión a Covadonga y los Lagos, es la puerta de acceso, desde la grande montaña al mar, a través del valle del Ribadesella, de su puente romano cuelga la Cruz de la Victoria con el alfa y el omega, símbolo de Asturias. Fue la patria de Pelayo y es escenario, en la cercana Covadonga, de la batalla o escaramuza que inaguró la reconquista.
El moro Munuza llamaba a Pelayo un asno incivilizado. Parece ser que Pelayo, al igual que otros nobles astures, en un primer momento pactaron con la morería para permitirse continuar con el pastoreo de la gleba local, pero que un incidente, un lío de faldas, una coyunta de la hermana de Pelayus con el moro sublevó los ánimos del astur y se echó al monte, liándola parda. ¿Será esto verdad?. Sólo el dios Lug lo sabe.
Pero una madrugada en Cangas de Onís, un estruendo de cencerros y alaridos nos despertó, creyéndonos que la tal algarabía era obra de algún borracho, algún pastor borracho en busca de alguna vaca borracha o de algún concejal borracho. O de algo mejor y más mitológico: la santa compaña, el ratoncito pérez, la libertad real de empresa o la democracia española. Durante varias horas estuvo el ruido delirante y escurrido, vólatil y volandero, yendo de acá para allá, subiendo, bajando. Los alaridos eran propios de alguna criatura antediluviana, descartándose Fraga al estar en galaicos terruños.
Repitiose el acose al sueño en la noche siguiente, con grande misterio por nuestra parte como vuesas mercedes pueden alcanzar a entender. Estando hasta las gónadas blandí un ovoide gallináceo para fustigar a las bellacas huestes, ya fuese hombre, animal o concejal. De repente, pasóse una tropa heterogénea de chavalería, armada con carraca y cencerro, incluida alguna moza inocente pero con gran vozarrón ululador. Ante la edad prístina de aquellas criaturas enloquecidas no quise usar mi arma de corral, ya que intuí que debía tratarse de alguna costumbre local de profunda raigambre e incluso emparejada y bendecida por la cosa eclesial.
A la mañana siguiente, y ante la exposición del caso ante la casera, esta reconoció los síntomas de la bellaquería y nos explicó que era costumbre de aquellas terras "la de castigar el fornicio de una viuda/o, el adulterio o el amancebamiento después de romperse una pareja". "Al dueño de aquel restaurante le estuvieron acosando un mes, porque se amancebó con la camarera", nos dijo. O sea, el espíritu de Pelayo. Berrinche ante el jodienda y echarse al monte.
El monasterio de Covadonga me produjo sentimientos encontrados. Todo muy bonito hoy, la Santa Cueva, la fuente de los siete caños, la Santina, la tumba de Pelayo. Pero es todo demasiado frágil y heroico, demasiado peso mitológico para una cueva, para el aliviadero fluvial de todo un sistema kárstico que se levanta como un gigante, como un todo, encima de la cueva. La cueva debe haber estado habitada desde tiempos inmemoriales, se debe haber rendido culto allí desde la misma Prehistoria. No es dificil ver en aquella cueva el Sancta Sanctorum de todo un macizo montañoso.
No subimos a los Lagos porque una niebla contumaz impedía una buena vista. Ya tenemos excusa para volver por allí...
Arenas de Cabrales, Llanes, Ribadesella, Villaviciosa...Allí fuimos a Casa Milagros a comer: menú de tres platos y postre, el primero fabes. Demoledor, no hay Titán que se coma aquello, no hay Falete que pueda con el filete. Lastres y Tazones son dos pueblos pesqueros muy bonitos, con bosques a pie de playa y con el fresco a nivel de mar. La plaza del pueblo de Tazones es la pequeña bahía de su puerto pesquero. Una auténtica joya.
El centro histórico de Avilés nos sorprendió. Muy antiguo y bien cuidado. Gijón esta dominado por la torre de su Universidad Laboral y rematado por las playas de Occidente y de San Lorenzo. Algún año iré a su Semana Negra. Es la típica ciudad del norte, limpia, ordenada y acogedora. Para un andaluz, un paraíso urbano de paz y fresco. Y verde, mucho verde. Oviedo es una ciudad señorial, no tanto como Avilés pero muy bonita también. Allí nos autoinvitamos a dos bodas en su Catedral, con la estatua de La Regenta presidiéndolo todo y queriendo meter baza, mano. Coches de época y vestidos femeninos de los años veinte le daban al ambiente un espíritu incluso anterior, del XVIII o del XIX, de indiano de posibles y de folletín sentimental.
Lugares para comer: El Abuelo (Cangas de Onís). Un diez; salí de allí conmovido por el acto litúrgico que acababa de cometer, con la sangre del dios espoleando mis arterias. Tierra Astur (en Gijón y en Avilés). Otro diez.
Pero los dioses anteriores a los Olímpicos son los Titanes, las montañas que lo dominan todo. Una belleza majestuosa y verde lo envuelve todo, lo religa. No es de extrañar el culto cuasi totémico que tienen (y tuvieron) los astures al Picu Urriellu (Naranco de Bulnes). Con esa visión, y la de las imponentes montañas abandonamos Asturias.
Con ese ánimo, y ya en las inmediaciones de las planicies castellanas, paramos en León. Y entonces entramos en su Catedral. Otra vez estábamos ante los Titanes, la religiosidad primordial ante la Naturaleza. La belleza creada por el hombre para crear su religión, para poder seguir entre montañas.
1 comentario:
Da gusto leer buenas opiniones de mi tierra. 100% orgulloso de Asturias.
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